Algunos golpes de la vida te dejan fuera de combate, como un derechazo directo a la mandíbula, son golpes inesperados que te hacen madurar de repente, desencantos, perdidas, traiciones, la ingenuidad se acaba cuando te encuentras cara a cara con cosas que te despiertan ya para siempre, cosas como el orgullo, que nos impiden dar el más mínimo paso hacia el perdón, levantando un estúpido muro entre nosotros y los que más queremos, la codicia, que tan expertos somos en disfrazar, usando todo tipo de buenas y respetables razones.
Así es el mundo de los adultos, un mundo en el que la inocencia de la infancia deja paso a la soberbia, los problemas, los malos entendidos y la defensa de los intereses de cada uno, aunque para ello a veces tengamos que pagar el peaje de la soledad o el de la mentira.
Mentira en la que algunos viven permanentemente instalados, engañándose a sí mismos, y lo que es peor, a las personas que en verdad les quieren, una mentira que quizá por sucia y traicionera es el peor de nuestros defectos, sobre todo cuando esa mentira mata al amor, porque al final es lo único que tenemos y si también el amor es mentira, ¿Que nos queda?.
Aprendí que el amor también está hecho de dolor y que se puede decir ¡Nunca te olvidaré! cuando ya te han olvidado.
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