[…] no somos herederos directos ni de la grandeza ni de la mezquindad pasadas, ni de la sabiduría ni de la estupidez, ni de la virtud ni del pecado: cada cual sólo es responsable de sí mismo, cada cual no es más que uno mismo.
Los estereotipos nacionales nos enclaustran, nos aniquilan como personas al rebajar nuestra libertad para formarnos como personas individuales.
El judío obligado a recordar la infamia considerada irrepetible, no tiene siquiera la posibilidad de renunciar a su condición, no es libre para optar si quiere pertenecer a este pueblo perseguido o no (independientemente de que le puedan volver a perseguir por ello).
Es como si naciéramos con un estigma, que mientras a algunos les llena de falso orgullo alimentado desde el resentimiento (siempre pensando que somos los mejores y que todos nuestros infortunios se deben a la maldad de otros, sentimiento de inferioridad mezclado con loca arrogancia), a otros les perturba de cara a su propia realización personal (al no poder sustraerse a su pasado, a esa identidad heredada o impuesta) substrayéndoles su naturalidad y espontaneidad.
«Tenía la sensación de haber dejado de existir, de no poseer ningún derecho a sentimientos y pensamientos propios, por la sencilla razón de haber nacido como tal, de estar obligada a tener exclusivamente sentimientos judíos y pensamientos judíos […] que no hay escapatoria de esta maldición, dijo, y si supiera al menos qué la convertía en judía, ya que se sentía incapaz de creer en su religión, ya que, sea por negligencia, sea por cobardía o por tener ella preferencias de otro tipo, desconocía simplemente la cultura judía propia de los judíos y era, además, incapaz de interesarse por ella, qué la convertía, pues, en judía, preguntó, cuando, de hecho, ni la lengua, ni la forma de vida, ni nada de nada la diferenciaban de quienes vivían alrededor, a no ser un mensaje secreto y ancestral oculto en sus genes que ella no oía y, por tanto, no podía conocer […] le dije que sólo una cosa la convertía en judía, una cosa y nada más: El hecho de que no estuviste en Auschwitz».
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